16 noviembre 2006

La mirada

Estaba por ahogarse en un ronquido cuando sonó el despertador y lo apagó de un manotazo. Se incorporó con pesadez y miró a su lado. El cachalote varado al otro lado de la cama babeaba todavía sobre la almohada. - Buen día mi amor- dijo sintiendose mentiroso, y ella contestó con algo parecido a una palabra.
Se afeitó, se peinó con gel y fue hacia la cocina a tomar su café con leche mientras escuchaba la radio. Un poco mas tarde aparecieron, chancleteando, los ruleros rojos de todas las mañanas. La máscara blanquecina en el rostro de su mujer le daba un aspecto cadavérico. Odiaba ese momento de la mañana, por que veía claramente como la vida puede pasar de ser un proyecto, un futuro maraviloso por descubrir, a ser una puta, aburrida y eterna rutina.
De todas formas era una cuestión de costumbre, como él decía. No pensar, seguir, en definitiva eso era lo único que tenía y no había razones para dejarlo.
Toda su vida era rutinaria, hasta el laburo. Quince años en el mismo puesto, en el mismo escritorio, viendo como cambiaban los jefes mientras las pilas de papeles amarillentos crecían y lo aplastaban. No quería pensar, estaba jodido y punto.
Contó las monedas hasta la parada y se tomó el 60. Encontró un lugar libre y se dispuso a hacerse el boludo para no cederle el lugar a ninguna vieja chota. Mirando por la ventanilla se sentía menos solo, ver tanta gente como él: arrastrando el maletín, con la corbata mal anudada, los mismos peinados al gel, la misma cara de nada. Miraba a los que corrían el colectivo con cierto soslayo, a los que contaban las monedas en la parada. Miraba contando las cuadras para llegar a la oficina.
Y así fue que mirando, mientras el bondi estaba parado en un semáforo, su mirada se cruzó con la de una muchacha; no era bella, pero sus ojos...
Esos ojos claros y cristalinos. Quiso evitarla y no pudo. En esos segundos eternos sintió que los ultimos años de su vida pasaban a toda velocidad, y que su corazón latía con el mismo impetu que a los veinte.
El colectivo arrancó. En el ultimo instante, antes de alejarse, ella le sonrió. ¡A él! que era tan poca cosa. Entonces había algo más fuera de la rutina. Se sintió con ganas y fuerzas de conocer ese nuevo mundo. No tenía por qué soportar por siempre aquella realidad que despreciaba. ¡Podía vivir! Ya no pudo pensar en otra cosa, ni siquiera en las cuadras que faltaban, y terminó en Constitución.
Mientras desandaba el camino hacia la oficina decidió mandar todo al carajo, las fuerzas del primer momento se habían convertido en bronca, furia por haber perdido tanto tiempo, por no haberse descubierto antes, bronca con los otros por no haber hecho nada; cuando solo una mirada hubiese bastado.
Llegó tarde a la oficina, pero eso no le calentaba. Ya estaba re caliente, por eso pateó el escritorio desparramando los papeles amarillentos por todo el piso, por eso les gritó a sus compañeros -Ustedes no tienen los huevos para hacer lo que yo hago ¡Cagones!- y abrió la puerta de la oficina del jefe y lo puteó: -mi vida puede valer una mierda!, pero no voy a seguir desperdiciandola viendo como los hijos de puta como vos se forran de guita!!- , lo escupió y, en medio del revuelo, se fué.
El sentimiento que siguió era de eufória, éxtasis mezclado con adrenalida. Pasó el resto del día caminado, planeando los próximos pasos. No bastaba solo con dejar el laburo, tenía que cortar con la rutina de su vida. No debían quedar, rastros ni recuerdos; y así lo planeó.
Volvió a su casa a la hora de siempre, y como siempre la encontró tirada en el sillón, la tele prendida y un cenicero rebalsando colillas a su lado.
No dijo nada en toda la noche, solo pensaba en la mejor forma de deshacerse de ella y acabar con el sufrimiento, con el de ambos; ya no podía concebir, tampoco, que ella fuera dichosa con aquella vida. Luego quedaría absolutamente libre, sin pasado. Decidió hacerlo por la mañana, en el preciso instante en que odiaba más su vida. Luego iría a buscar a aquella muchacha para perderse en su mirada.

Estaba por ahogarse en un ronquido cuando sonó el despertador y lo apagó de un manotazo. Se incorporó con pesadez y miró el bulto que yacía a su lado humedeciendo la almohada. Otra rutinaria mañana: el café con leche, la radio, los ruleros, más rojos que nunca; y el rostro pálido como de difunta. Luego contar las monedas, sentarse en el colectivo para mirar a los otros y consolarse.
En un semáforo su mirada se cruzó con otra: pura, trasparente. Daban ganas de dejarlo todo.
El colectivo arranca y ella le regala una suave sonrisa.
Estaba a punto de perder el jucio cuando notó el bastón blanco en la mano de la muchacha.

Este es un regalo de cumpleaños para Carlos. Felicidades!


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1 Comments:

At 21 noviembre, 2006 20:02, Anonymous Anónimo said...

Muchas gracias.Me hace mucho bién que me recuerdes con algo tan fántastico como lo que escribistes.Cambiaste de genero, y es un cuanto diría,bastante largo,.Realmente no se que decirte.Solamente una persona maravillosa como vos puede escribir lo que escribiste.¡Los ojos claros! y bastón blanco. Somos lo que somos, y el pobre hombre a la rutina volvió.
Beso grande, Héctor

 

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